Por Justo Pastor Mellado, julio 2024.
Todo título plantea un enigma. Ernesto Banderas enuncia en el manejo del gesto y la pulcra estructuración de la narración, un conjunto de elementos encubridores que convierten el color en un acto de dolor. En su obra, la casa, el cuerpo, la escena, revelan estaciones de un encuentro singular entre sueño y realidad, en que la pasión regulada condensa la teatralidad de personajes desolados.
Ernesto Banderas reúne en esta exposición algunas obras representativas de su vasta carrera, permitiéndonos acceder al desmontaje constructivo de las “franjas de vida” que pone en escena. En sus obras abundan bocetos que evocan el sentimiento de extrañeza de una pintura simbolista, en que lo ya conocido se transforma en desconocido. En la débil frontera entre el interior y el exterior, sus imágenes conservan la temperatura de personajes fugaces, en un mundo de objetos frágiles, generando situaciones que proyectan la insostenible lejanía de la intimidad.
Lo anterior se verifica al momento que dispone en una escena gráfica, una escala de ocho travesaños que debe ser sostenida por su sombra dibujada en el muro. Esto le permite alejar la inquietante proximidad de un plinto vacío que desafía la pose de un hombre que calza un sombrero-barco de papel sobre su cabeza. El origen de esta imagen se puede encontrar en el recuerdo de los gorros de diario plegado que fabricaban los viejos albañiles. En otra disposición, el personaje cubre sus ojos para no tener que reparar la disponibilidad de una carta que guarda un mensaje que tarda en llegar a destino. En otra habitación, dividida en dos continentes de pintura, el interior privilegia el paño que cubre un tabernáculo, como reverso disponible de una mujer que exhibe su desnudez indisponible en un gesto desesperado de súplica, mientras el exterior consigna un paisaje amenazado por una tormenta bíblica. Una embrollada arborescencia exterior no puede retener el hilo perturbado de una mirada, mientras una planta de interior disimula la energía visible en que un tercer personaje anota su exclusión en una libreta de fiado.
En otra pieza, un hombre litográfico empuja un carrito paródicamente escalonado, que al pie de la letra sigue los comentarios desplegados sobre un muro que simula ser la doble página de una agenda, en que aparecen consignados los restos de una historia averiada.
En este simbolismo generalizado, Ernesto Banderas trabaja las resonancias de personajes y objetos como si reprodujera el mecanismo del sueño, sumiéndonos en las fases más oscuras del psiquismo doméstico.