Via diario La Región Hoy
La Corporación Cultural de Viña del Mar extiende la invitación a admirar las obras naturales de la artista Viviana Gómez en su nueva exposición llamada “Índigo”, la cual estará disponible para la comunidad en la Sala Viña del Mar, ubicada en Arlegui 683, a partir del 5 de septiembre hasta el 11 de octubre.
Nacida en Armenia, una ciudad en la región de Quindío, Colombia, Viviana Andrea Gómez Rico es una artista cuya obra refleja su profunda conexión con la naturaleza y la vida en todas sus formas. Desde pequeña, desarrolló una sensibilidad especial que la llevó a explorar la lectura, la ilustración y la danza como formas de expresión. Formada en Arquitectura y con experiencia en diseño gráfico, Viviana lleva más de dos años viviendo en Viña del Mar, creando identidades visuales y vendiendo sus ilustraciones. En esta exposición se enfocó en un estilo de ilustración naturalista con un enfoque más realista, donde se puedan apreciar en detalle las características de la fauna que representa.
¿Cuáles son sus principales inspiraciones?
― Mi mayor inspiración es la observación. Nací en una de las regiones más biodiversas de Colombia y del mundo, donde abunda la flora y la fauna, especialmente aves y otros animales. Esta riqueza natural es algo que siempre he querido destacar, especialmente considerando el impacto ambiental que hemos causado al construir ciudades. Como arquitecta, también reflexiono sobre cómo nuestras formas de vida nos han alejado de la naturaleza. Me interesa recuperar la idea de que somos parte de ella, y no entidades separadas; creo que debemos encontrar formas de convivir más estrechamente con nuestro entorno natural.
La maestría en Desarrollo a Escala Humana y Economía Ecológica que realizaste hace unos años parece haber tenido un impacto profundo en tu trabajo. ¿Cómo ha influido esta formación en tu visión artística y en los temas que abordas en tus obras?
― La maestría me dio claridad sobre algo que ya venía cuestionándome desde la arquitectura. La arquitectura, como disciplina, abarca muchos campos, y el enfoque tradicional en el que yo me desarrollaba raramente consideraba el daño ambiental que genera, ya sea por excavaciones o por el impacto sobre las personas que habitarán esos espacios. A menudo, este daño no se mide adecuadamente, y cuando se hace, suele ser a través de enfoques económicos tradicionales o superficiales que no aportan mucho, como el “greenwashing”.
» En la maestría profundicé en estas preocupaciones. Me di cuenta de que no podemos calcular el valor de un árbol en términos monetarios o medir el impacto ambiental solo con dinero. Esto me llevó a cuestionar cómo nuestras formas de vida afectan a las territorialidades, a los pueblos originarios y a nuestras identidades. Entendí que el norte y el sur global tienen diferentes formas de funcionar y que hay muchos conocimientos que no estamos rescatando, aunque son esenciales para nuestra forma de vida.
» En conclusión, la maestría me hizo ver que ciertos modelos de desarrollo no tienen sentido para mí y que se reflejan en todo lo que hacemos. También comprendí que la arquitectura forma parte de esos modelos, y que quiero ejercerla de una manera diferente. El arte es una herramienta para transmitir estos mensajes y para recordar que lo que tenemos está vivo y debe seguir vivo, más allá de las ilustraciones, la inteligencia artificial o la realidad virtual. No quiero que en el futuro tengamos que abrir un libro para ver una especie de ave se extinguió hace años y que solo podemos verla en una imagen digital.
Como el Demonio de Tasmania que lo conocemos exclusivamente por las caricaturas de los Looney Tunes.
― Exactamente. Hay muchas especies que ya son muy difíciles de ver en su hábitat natural. A veces pienso que lo mejor que podría suceder es que se ocultaran por completo, que encontraran un refugio donde pudieran vivir de manera saludable, sin la interferencia humana. Sin embargo, en este momento, no hay un solo espacio en el planeta que no estemos afectando. Nuestro impacto abarca desde lo aéreo, con la enorme cantidad de vuelos anuales, hasta el mar, donde el tránsito de barcos altera las rutas de ballenas y muchos otros animales.
» Parece que actuamos desde una perspectiva de superioridad, como si los humanos, que también somos animales, estuviéramos por encima del resto de las especies. Nos hemos convencido de que somos más evolucionados simplemente porque podemos pensar, pero yo no creo que eso sea cierto. Más bien, creo que tenemos capacidades diferentes. Y está bien que así sea, pero aún tenemos mucho que aprender y entender de los demás animales y de las plantas. Todas las formas de vida son importantes para el equilibrio del planeta.
Tu trabajo se centra en la fauna y flora endémica y en peligro de extinción. ¿Cómo seleccionas las especies que representas y qué desafíos encuentras al intentar capturar su esencia?
― A nivel personal, me fascinan los colores. Amo dibujar animales coloridos, así que eso influye mucho en mi elección. A veces salgo a caminar o me siento en un parque para observar, y de ahí surge la inspiración. También consulto a fotógrafos de fauna y flora para entender qué especies están en peligro o qué está ocurriendo en diferentes hábitats. Realizo una investigación previa sobre los animales y luego sigo mi propio gusto personal, buscando siempre especies que puedan mostrar la diversidad de colores.
» Curiosamente, he notado que muchas de las especies que elijo ilustrar tienen tonos azules. El azul es un color con el que me identifico mucho porque transmite calma y tranquilidad. De ahí nació el nombre “Índigo”, un tono de azul profundo. Además, en algún momento de la historia, especialmente en los años 80, el color índigo se asoció con personas que tenían una capacidad especial para percibir más allá de lo evidente. Creo que, si nos conectamos realmente con la energía del presente, todos podemos desarrollar una mayor empatía y comprensión de nuestro entorno. El nombre “Índigo” refleja esta idea de salir a explorar, percibir lo que nos rodea, y crear un vínculo profundo con la naturaleza.
“Índigo” invita a reflexionar sobre nuestra responsabilidad en el cuidado de la naturaleza. ¿Qué te motivó a crear esta exposición y cuál es el mensaje principal que esperas transmitir al público?
― Lo principal que me gustaría transmitir es que somos iguales: plantas, animales y nosotros, que también somos animales. Tenemos la responsabilidad de ser conscientes del impacto que causamos en todo lo que existe en el planeta. Creo que es fundamental dejar de llamar a esta diversidad “medio ambiente”, porque no es un “medio”; es un conjunto de ecosistemas que tienen valor en sí mismos.
» La invitación es a maravillarnos con las texturas y los detalles de la naturaleza. A menudo, cuando ilustro, me pregunto: “¿Cuánto tiempo habrá tardado este animal en desarrollar esas texturas? ¿Cómo se formaron las escamas? ¿Cómo se eligieron los colores de sus plumas?” Nada de esto es al azar; todo está relacionado con el territorio y las necesidades de cada especie para adaptarse y sobrevivir. Creo que si pudiéramos entender la magia detrás de lo que observamos, nos sorprenderíamos más de nosotros mismos y valoraríamos más cómo nos vinculamos con nuestro entorno.
» También valoraríamos más nuestro cuerpo, que es un vehículo para nuestras experiencias, y nuestras capacidades mentales y perceptivas. Sé que a veces mi visión puede parecer un “discurso pachamamista”, y aunque me gustan las áreas más místicas que a veces no se pueden comprobar, también valoro mucho la ciencia. Me interesa cómo todo en la naturaleza, incluidos los seres humanos, emite energía y ondas, algo que también está presente en la tecnología a través de señales y frecuencias.
» Me gustaría que las personas entendieran y se conectaran con la energía que emiten otros seres, sean humanos o no. Que sintieran la energía tremenda que transmiten las montañas, los árboles, el agua. Ese es el mensaje que quiero transmitir con “Índigo”: la importancia de conectarnos y de valorar la energía vital de todos los seres que habitan este planeta.